En cualquier enfermedad neurológica, un síntoma frecuente es la aparición de espasticidad. Es un trastorno motor en el que se produce una contracción involuntaria y persistente de un grupo muscular, asociado a un aumento de la resistencia al estiramiento pasivo del músculo.
Su evolución natural es hacia la cronicidad. El aumento de tono muscular puede provocar rigidez y limitación articular, deformidades y posturas anómalas, lo que conlleva la aparición de dolor y disminución de la capacidad funcional, dificultando el vestido y desvestido, aseo, alimentación, y la deambulación.
La espasticidad no siempre tiene un efecto negativo, cierto grado de espasticidad en extensión del miembro inferior puede ser beneficioso al facilitar las transferencias, la bipedestación o la marcha.
Para la valoración de la espasticidad, además de la historia clínica y exploración física, disponemos de varias escalas, siendo la más empleada la Escala Ashworth o la Escala de Ashworth modificada. Otras escalas de valoración empleadas son la de Tardieu, de Penn, medidas de función como la escala analógica visual del dolor, test de la marcha de 6 minutos medidas de actividad y participación como la FIM, Barthel o Rankin, escalas de objetivos,…
En el abordaje del paciente espástico es fundamental conocer el tipo de lesión, el tiempo de evolución, los déficits asociados y el grado funcional y de discapacidad. Los objetivos del tratamiento son mejorar la funcionalidad del paciente (las transferencias, la postura, el equilibrio, la marcha…), la calidad de vida (aliviar el dolor, facilitar la higiene, el vestido,…), y prevenir y tratar las complicaciones (contracturas, deformidades,…).
Antes de iniciar el tratamiento es necesario valorar las posibles espinas irritativas que estén aumentando la espasticidad, como pueden ser procesos infecciosos, una fractura, ulceras por presión, temperatura ambiental….
Disponemos de varias alternativas para el tratamiento de la espasticidad. En primer lugar tenemos la terapia física, donde se incluye un posicionamiento adecuado de tronco y extremidades tanto en sedestación como en decúbito, la fisioterapia, crioterapia/calor, electroterapia…
En segundo lugar la farmacología oral, donde el tratamiento de primera línea incluye el baclofeno (Lioresal®), tizanidina y benzodiazepina. Otros fármacos empleados son la gabapentina, dantroleno, cannabinoides… En cuanto el tratamiento farmacológico no oral, lo más empleado es el baclofeno intratecal (en pacientes con espasticidad generalizada que no responden a antiespásticos orales a dosis altas) y las inyecciones intramusculares de toxina botulínica para el abordaje de la espasticidad focal.
La toxina botulínica resulta útil en el tratamiento de la espasticidad por la capacidad que tiene de debilitar específicamente los músculos infiltrados. Provoca una denervación química reversible al impedir que se liberen las vesículas de acetilcolina en las uniones neuromusculares de los músculos afectados. Su efecto tarda generalmente entre 1-5 días en aparecer, y dura de tres a seis meses.
Ofrece la ventaja de que carece de los efectos secundarios sistémicos de los fármacos orales, como son la somnolencia excesiva o la debilidad muscular generalizada. Permite ofrecer un tratamiento local, específicamente dirigido a los grupos musculares más implicados. En función de las dosis empleadas y los músculos infiltrados, se puede tratar la espasticidad de miembros con parálisis prácticamente completas, o de miembros que conservan algo de movilidad.
Puede tener reacciones adversas en general (dolor en punto de inyección, reacción alérgica, cuadro pseudo-gripal…) y derivadas de la técnica y el lugar de la infiltración (debilidad de músculos no deseados…). Para que haga el efecto adecuado, es muy importante que la indicación funcional, la selección de los músculos y la administración sea la adecuada. Se recomienda siempre la administración de la toxina botulínica por parte de un profesional médico con formación específica y experiencia en su uso.
Es importante señalar que la eficacia de la toxina botulínica va a depender también de que la infiltración sea seguida de un tratamiento físico intensivo y específico. Debe incluir el tratamiento postural adecuado, así como programas de ejercicios personalizados y lo más funcionales posible. Sin un adecuado abordaje desde las áreas de fisioterapia y terapia ocupacional, el efecto de la toxina botulínica va a ser mucho menor.