Y es que así nos sentimos cuando tenemos un problema que nos pone “patas arriba” nuestra vida. Nuestro cerebro lleva a cabo un mecanismo que hace que no veamos la nueva realidad que nos toca asumir porque ésta nos hace sufrir y nos hace daño.
En muchas ocasiones ante una enfermedad, sobre todo durante el diagnóstico o un empeoramiento grave de salud, es cuando nos toca asumir una realidad que no nos gusta y a la que podemos hacer frente de diferentes maneras:
- Pensar: “esto no es nada”, “seguro que se me pasa y vuelvo a estar como antes”, teniendo como resultado una actitud pasiva.
- Pensar: “madre mía, me voy a quedar en silla de ruedas. Es algo espantoso”, “no puedo hacer nada”, teniendo como resultado una actitud negativa y derrotista.
- Pensar: “esto no va a poder conmigo”, “sigo disfrutando de lo que más me gusta que es disfrutar con mi familia”, teniendo como resultado una actitud adaptativa.
Son tres tipos de reacciones habituales que sólo se diferencian por el modo de pensar y de afrontar la realidad y que, está claro que tener un modo u otro de enfrentarse a una enfermedad va a traer unas consecuencias claramente diferenciadas.
Los primeros, verán cómo cuando sus dificultades físicas, cognitivas y/o emocionales vayan aumentando con el paso del tiempo continuarán con la idea de que lo que les ocurre desaparecerá en algún momento, sin llegar a tomar una determinación sobre su estado.
Los segundos, cuando observen que sus síntomas o su enfermedad empeoran se sentirán más débiles y negativos, aumentando la sensación de malestar.
Ambos estilos de afrontamiento carecen de control por parte de la persona, es decir, sienten que no pueden hacer nada para estar mejor.
El tercero muestra una gran fortaleza y tiene una actitud resiliente, es decir, acepta su realidad la afronta, la supera y crece ante la adversidad.
Veamos un ejemplo.
Una mujer de 35 años, diagnosticada de esclerosis múltiple hace 10 años. Tiene un trabajo que le encanta, 2 hijos pequeños responsables, educados…, una madre que le ayuda con los niños cuando la pareja lo necesita, un marido amable y atento y unas cuantas responsabilidades tanto en el trabajo como en casa (hipoteca y otros gastos, educación de los hijos, etc.). Su EM se hace notar mediante problemas de visión y rigidez.
Misma situación, diferentes maneras de vivirse.
1.- “La enfermedad me ha robado mi vida”, “no puedo trabajar”, “no puedo disfrutar de mis hijos como me había imaginado”, “me siento demasiado cansada para casi cualquier cosa”, “no digo nada de cómo me encuentro para no preocupar a los demás”, “no digo nada de cómo me encuentro para no parecer un disco rayado”, “no puedo disfrutar de mi vida cómo antes”. “no paro de pensar que al final acabaré en una silla de ruedas”
2.- “Sé que no puedo jugar con mis hijos al pilla-pilla pero nos pasamos las tardes en el parque y disfruto viendo cómo se relacionan y juegan con otros niños”, “mi marido tiene la capacidad de mirarme y saber lo que me pasa… enseguida me hace cambiar mi estado y me saca una sonrisa”, “el día que termino agotada cuando acabo de trabajar, sé que tengo que llegar a casa y dedicarme un rato largo a descansar para luego estar con mi familia y hacer una o dos tareas”.
Y esto es lo que diferencia a las personas. Única y exclusivamente su manera de pensar, de sentirse, de vivirse, de enfrentarse… Recuerda, la situación es la misma. Por lo tanto, no hagamos como que no existe, no nos pongamos una venda en los ojos, no dejemos que las cosas pasen delante nuestra sin hacer nada… Reinventémonos, caigámonos, pongámonos una tirita en el corazón, volvamos a levantarnos y sigamos construyendo nuestro camino, el que nosotros decidimos.